Un buen payaso

Worry buscó su cuerda en medio del desorden. La cuerda multicolor era parte fundamental de su rutina.

Como todo clown mimo, Worry se caracterizaba por la pintura blanca en su rostro, la expresión de tristeza y el vestuario monocromo. Era el artista más joven del circo y la atracción novedosa en un espectáculo plagado de payasos augustos coloridos.
—Fue Pelusa, ¿verdad?
Nadie habló. Tal vez para no quedar de soplón o quizá porque Worry era un clown mimo. Y en el cerrado mundo del circo es regla que mientras se esté pintado siempre se asumirá el personaje.
En silencio cada payaso se retiró a la pista y Worry se quedó solo frente al espejo.
Ya antes había tenido conflictos con Pelusa. Dos semanas atrás le había ocultado la cuerda amarrándola a un elefante. Pelusa era el payaso augusto con más experiencia del circo y con un talento que solo al verlo ya provocaba risa. Se distinguía del resto por la peluca grotesca amarilla, la nariz roja, los ojos marcados como una caricatura y una sonrisa bermellón de oreja a oreja.
Esa vez Worry no pudo reutilizar la cuerda y al pedir otra soga en utilería, Pelusa contestó en tono payasesco haciendo un juego de palabras:
—Ya pues, ¡denle cuerda a ese payaso! ¡Denle cuerda!
Fue imposible no reírse de Worry. Su cara blanca de tristeza y malhumor retrataba su estado, mientras más frustración sufría más carcajadas provocaba.
Para el payaso Pelusa hacer bromas era parte de las payasadas propias del circo. La semana pasada también le había escondido la cuerda. Esa vez Worry lo encaró y Pelusa, con voz de payaso augusto, exclamó:
—¿Alguien ha visto la cuerda del payaso? ¿Alguien ha visto la cuerda?
Todos rieron, no por la pregunta, sino por la respuesta que él mismo dio en doble sentido:
—La cuerda se ha ido con un buen cuerdo —Haciendo alusión a la separación de Worry con su esposa y la buena decisión de abandonarlo.

Esa fue la peor humillación de su vida. Worry no captó la mala intención de inmediato, estuvo al lado de Pelusa agradeciendo su ayuda hasta que las risas lo hicieron ver la realidad. Desde ese día, Worry se transformó en el blanco de las bromas.
Esa noche, terminada la función y ya sin disfraces, Worry tomó a Pelusa por la solapa.
—Vamos, Worry, solo es una broma. Sonreír no te haría mal. Somos payasos y debemos serlo hasta el fin. Es nuestro modo de vida.
—Maldición, Pelusa. Mi esposa me dejó por otro. ¡Y tú quieres que me ría?
—Por algo tu esposa se marchó ¿no? Tu vida cambiará el día que dejes la melancolía y te atrevas a reír. Son los momentos dolorosos los que debemos transformar. Escoge reír. Sufrir es una opción. Sea una soga, una esposa o una oportunidad: todos hemos perdido algo en la vida. Libérate, es más fácil para nosotros, somos payasos.
Esa conversación de días atrás no dio los resultados esperados. Nada cambió. Al quedar solo en el camerino, Worry decidió ir en busca de Pelusa.
Su cabeza hervía y casi no escuchó al tramoya cuando dijo al pasar:
—Vi a Pelusa entrar a tu tráiler, llevaba en su mano la cuerda multicolor que buscas.
Worry empujó al tramoya, tomó el martillo más grande de la caja de herramientas y salió en dirección a los tráileres aparcados.
Al abrir la puerta, Worry vio a Pelusa colgado de la cuerda multicolor. No era una broma, tenía la soga atada al cuello y, cosa curiosa y extraña, pedorreaba intermitente lo que había en sus intestinos.
Después de la sorpresa, Worry soltó una tímida carcajada. El rostro de Pelusa lucía compungido, el gesto contrastaba notoriamente con la cara graciosa repintada. La escena le sacó más risas debido a que el cuerpo se mecía cada tanto debido al pedorreo.
No solo hizo reír a Worry, también provocó lo mismo al personal, a la viuda y a sus tres pequeños hijos; quienes uniéndose a las otras risas descubrieron la imposibilidad de no reír.
Con dolor de estómago de tanto hacerlo, Worry por fin entendió la filosofía del payaso Pelusa.
Cuando llegó el fiscal, un policía vio la escena y comentó:
—Qué más jocoso que un payaso muerto meciéndose por el pedorreo. ¡Los buenos payasos son payasos hasta el fin!

La imagen utilizada en la portada de este cuento es original de Alfonso Quiroz Hernández.

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