Los últimos días de Enefasio

—¿Es un momento oportuno?

El recién llegado recogió un trozo caído de Enefasio, lo volvió a su sitio y lo aseguró con un pequeño golpe.
—Gracias. Hace mucho también hice limpieza y perdí un trozo. Al parecer alguien lo tomó y ya nada ha sido igual.
—Enefasio, te traje un regalo… Pero no estoy aquí solo por eso, tú eres el único que no se sorprende de mis inconsistencias e imprecisiones. Por eso vine.
Mientras Enefasio dejaba el regalo sobre la mesita, el recién llegado relató:
—Hace mucho tiempo atrás miré el mar azul en Tongoy. Ya sabes, no estaba solo. A pesar de la quietud, la brisa revolvía su cabello tapándole el rostro. Lo imaginas, ¿verdad? Su piel era blanca como la arena y su aroma me ha llegado repetitivo como el devenir de las olas… Poseía un perfume barato, de esos que vende la amiga de una amiga. Ese perfume abre mi cabeza cada tanto; lamentablemente, la llave para poder ver su rostro es el nombre de ella y no lo recuerdo. Ese es el problema, ¿sabes su nombre?
Enefasio no alcanzó a responder. La puerta se abrió de improviso y la sombra del vecino se asomó.
—¿Tan solo aquí, Enefasio?… ¿Y con quién hablabas?
—Era solo un recuerdo, uno inexacto y recurrente de mi juventud. Muy tímido por lo demás…, se ha escondido. ¿Y qué te trae por acá, amiga sombra?
—Mi amo fue asaltado. Entraron a la casa y robaron su futuro. Por eso no sé a dónde iré…, su presente se estancó.
—Eso es terrible, amiga sombra. ¿Y saben algo del asaltante?
—Sí. Fue su madre…, la detuvieron, pero salió libre. Dijo que lo hizo porque mi amo le había robado la juventud y solo se estaba cobrando.
Enefasio tanteó sobre la mesita, intentó repetidamente encontrar la paz de su corazón.
La sombra amiga le dijo:
—La paz de tu corazón ya se esfumó, fue hace mucho al parecer. Solo tienes un corazón común que late. Lo siento.
Enefasio terminó de pulir la oreja y con gran habilidad la colocó en su cabeza.
Viendo casi terminado el aseo, la sombra amiga se apresuró a decir:
—Te quería pedir un favor, Enefasio. ¿Me puedo quedar contigo? Sé que ya tienes una sombra…
Fue ahí que el recuerdo inexacto y recurrente salió de su escondite y pidió:
—No lo hagas, Enefasio. Dámela a mí. Yo tengo muchas preguntas y necesito una sombra amigable que me ayude a recordar a esa muchacha de la playa de Tongoy.
Enefasio dio por finalizada la limpieza semanal. La sombra amiga y el recuerdo inexacto se miraron, la sombra se sentía tan frágil y perdida como ese recuerdo. Sin decir palabra se esfumaron y dejaron a Enefasio tan solo como siempre.
Enefasio terminó de ajustar el ojo bajo la frente. Al notar que una lágrima se asomaba, la retuvo…, ya estaba harto de perder cosas en la vida.
—Deja de limpiar ese pasado, Enefasio. Los pasados muy limpios terminan por parecerse al presente.
El demonio se acomodó entre los cojines del recibidor. No pasó un segundo cuando se volteó y puso su pata de cabra sobre el otro muslo.
—No te vi entrar, Demonio Mayor… Eres sabio, pero tus opiniones acertadas no me engañan. Te liberé hace dos días desde mi almohadón más mullido y no estarías aquí si no tuvieras un problema. Tienes un problema, ¿verdad?
El demonio bajó la barbilla. Se puso colorado, pero debido a su color rojo no se notó. Extrajo algo del abrigo y dijo:
—Mira, se cayó mi cola. Por favor, dame algo con qué pegarla.
Enefasio no pudo evitar sentir pena por él. Más que por su desdicha, por su imposibilidad de llorar.
—No se puede pegar. Te lo advertí, todo quien intenta vivir allá afuera en la ciudad termina perdiendo lo distintivo. Te sucederá lo mismo con los cachos, tus patas de cabras y ese color rojizo.
El demonio bajó la cabeza y dijo:
—No soy tan malo como me pintan…, pero reconozco que me gusta lo pintado…
Fijándose en el color de Enefasio, el demonio agregó:
—Tu luz es cada vez más tenue.
Ignorando el comentario, Enefasio lo consoló. Antes de que partiera le dio golpecitos reconfortantes en la espalda y le dijo:
—Alégrate. Sin los cachos; tus patas de cabra; el color rojo y tu cola…; finalmente, la gente te aceptará.
Ya entrada la tarde, Enefasio se acordó del regalo entregado por el recuerdo inexacto y recurrente de su juventud. Con gran ilusión lo abrió y en su interior descubrió un hermoso par de calcetines con rombos azules.
Acariciaba su textura cuando tocaron a la puerta.
—¿Interrumpo?
—Sí, interrumpe. Todos interrumpen cuando lo preguntan. Cuénteme vecino, ¿a qué debo su visita interruptora?
—Es mi sombra. La busco y la busco y no la encuentro. Pensé que a lo mejor la ha visto por ahí.
Sin dejar de acariciar sus nuevos calcetines con rombos azules y emitiendo un suave ronroneo, Enefasio aseguró:
—Sí. Su sombra vino y se fue con un recuerdo inexacto y recurrente de mi juventud. Vea, esta fotografía me acaba de llegar desde Tongoy. Aquí hay un primer plano de ellos, están frente al mar azul.
Al mirar el celular, el vecino dijo:
—Aquí solo hay un manchón negro. Pero, sí. Esa es mi sombra.
Notando la tristeza del vecino, Enefasio sugirió:
—Las sombras en la vida de las personas aparecen no por la luz, sino por las experiencias de dolor. El dolor ensombrece cualquier existencia. Si desea tener una sombra deberá estar dispuesto a vivenciar ese dolor.
—No lo había pensado así, no sé si sea tan buena idea… Y de casualidad… ¿sabe usted cómo puedo recuperar mi futuro?
Enefasio se entristeció.
—Ya no puede hacerlo. Lo mejor es pedirle a su madre compartir el futuro con usted.

Abrumado, el vecino se lamentó:
—No lo sé. Descubrir que ella robó mi futuro fue algo terrible. Hablarle sería muy doloroso para mí…
—¡Mejor no podría ser! Esa es la solución. Si hablarle le duele, entonces podrá crear su propia sombra.
Enefasio se calzó los hermosos calcetines con rombos azules y caminó con el vecino hasta la puerta. Sin mucho afanar logró interrumpir su interrupción.
A la semana siguiente, Enefasio buscó en todos los cajones de la cómoda, el hermoso calcetín con rombos azules era el único no hermanado. Se agachó y miró debajo de la cama, también registró el canasto de mimbre usado para la ropa sucia.
—Deja de buscar, Enefasio. La búsqueda solo existe en la esperanza vana. Es el destino quien une, jamás la búsqueda.
El recién llegado se mantuvo de pie, lucía una distinguida capa roja y un enorme sombrero de copa.
—No te reconocí, Demonio Mayor… Mantienes tu sabiduría intacta. A pesar de eso no me engañas. Tienes un problema y por eso viniste.
El Demonio Mayor se sacó la capa roja y dándose vuelta mostró unas nacientes alas. Se quitó el sombrero de copa y la aureola brilló como neón sobre su cabeza.
—No sé qué hacer. Córtame estas alas… Mis amigos ya no me hablan. Allá afuera temen más a un ángel que a un demonio.
Enefasio se entristeció. Más que por la situación, por la imposibilidad de llorar del demonio.
—No te puedo ayudar. Si las corto volverán a crecer. Ese día también te lo advertí. Te salen porque quienes no se adaptan a la ciudad les aflora lo que más temen.
—Me duele tu respuesta, Enefasio. Por un momento pensé que el de arriba me había perdonado.
Enefasio lo consoló con golpecitos en la espalda.
—No, Demonio Mayor. Quien debe perdonarse eres tú.
Fijándose en el color de Enefasio, el demonio agregó antes de desaparecer.
—Tu luz es todavía más tenue desde la última vez que estuve aquí.
Enefasio ignoró el comentario. Al quedar solo entendió la desaparición del hermoso calcetín no hermanado. Abriendo el cajón de la cómoda lo tomó y le dijo con gran enfado:
—¡Eres un Caín!
Aprovechando ese vuelito de la búsqueda fallida, Enefasio decidió buscar la paz extraviada de su corazón. La buscó en la caja de las galletas, en la regadera del jardín y en la colección de discos.
Se dirigía a buscarla al comedor cuando tocaron a la puerta.
—¿Le molesto unos minutos, vecino Enefasio?
Enefasio sabía que todos los vecinos molestaban, eso era parte de la vecindad.
—Es mi reflejo. Esta mañana me levanté al baño y el espejo no me reflejaba. Pensé que a lo mejor pudo venir hasta acá como lo hizo mi sombra antigua.
Enefasio se sorprendió de los descuidos del vecino: primero fue la sombra, luego el futuro y ahora el reflejo, todos ellos perdidos. Pero no pudo continuar ese pensamiento al recordar que él también sufría de extravíos.
—No, mi querido vecino. Su reflejo no ha venido a visitarme… Una pregunta: ¿tiene más espejos en la casa?
El vecino respondió afirmativamente.
—Se debe buscar en otros espejos. A veces, simplemente se asilan. Déjeme buscar uno mío.
Enefasio se miró al espejo y después de moverlo en diferentes direcciones, dijo:
—Veo su reflejo detrás del mío. Está muy temeroso… Es su culpa. Su reflejo teme reflejarlo porque usted no se acepta tal cual es. Le recomiendo no tratar de parecerse a otro ni seguir la moda de peinados raros, esa vara es demasiado alta y jamás su reflejo podrá igualar la belleza de esos cánones.
El vecino se retiró avergonzado. Asumió la realidad y su reflejo dejó de estresarse.
Antes de irse comentó:
—¿Es idea mía o su luz es más tenue?
Enefasio ignoró por completo el comentario del vecino y, sin más, decidió buscar la paz del corazón dentro del congelador.
Después de comer tres postres de helado y sin poder encontrar la paz extraviada, Enefasio entendió que la paz del corazón solo aparece en el momento oportuno.
Algo mareado se sentó en el sillón del recibidor. Su luz titiló varias veces y luego se atenuó. A Enefasio todo le daba vueltas.
—Enefasio, si todo se mueve a tu alrededor significa que te has detenido.
—Hola, Demonio Mayor. Perdona que no me levante a celebrar ese sabio y profundo comentario. Ya mi luz se agota. Debe ser porque busqué mi paz extraviada por todos lados.
El demonio se acercó y le susurró al oído:
—La paz de tu corazón se fue hace mucho, mi querido Enefasio. La dejaste libre en tu primer respiro… Pero recuerda, los consejos sabios de un amigo siempre generan paz en nuestros corazones tanto para quien la otorga como para quien la recibe.
Dicho esto, el demonio acomodó en el débil corazón de Enefasio la paz recién generada.
—Tengo miedo, mi demonio amigo.
—No, Enefasio. Tú no temes a la muerte. Temes por mí y mi soledad una vez que te vayas.
Enefasio sonrió y cerró los ojos. La paz del corazón se acurrucó y la luz de su vida se apagó de improviso.
El Demonio Mayor también recibió la paz generada. Se acomodó en el almohadón más mullido y sin consuelo lloró su soledad por primera vez en la vida.
Un paso fundamental para lograr el perdón de sí mismo.

La imagen utilizada en la portada de este cuento es original de Alfonso Quiroz Hernández.

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